you is I
Tú no sabes si me quieres, tú no sabes exactamente porqué estás conmigo, te preguntas qué motivo es el que te liga tanto a mi, tú no entiendes que yo te guste, no sabes qué es lo que de mí te gusta. Tú piensas que eres mejor, superior a mí, que te mereces más que yo, que soy un engreído, un bluff, que hablo mucho y digo poco, que mi piernas son flacas, que tengo panza, que tampoco hago el amor bien, que soy descariñado, que para mí esto es una aventura muy entretenida, que tú me calientas mucho, y que eres el primer hombre que me mueve un poco el piso. Pero que fuera de eso no hay mucho más. Piensas que puedo dejarte en cualquier momento, piensas que soy un coqueto y te llenas de celos. Y te sientes estúpido y patético por eso. Tú, que nunca sentiste celos, tú que siempre fuiste tan amado, tú que nunca te viste buscando, que siempre fuiste encontrado.
Tú siente que te mereces algo mejor, y sin embargo no tienes la fuerza para buscar otro. Te parece que la búsqueda es un poco inocua, que nada muy diferente puedes hallar, que -piensas- son todos iguales (y te avergüenza creer en ese cliché).
Tú tratas de quererme sin tantos cuestionamientos, tratas que todo sea natural, que todo fluya con normalidad. Tú no quieres hacerme esenas patéticas, y te tragas muchas veces la rabia que te provoca mi descompromiso, mi independencia total. Tú tratas de hacer las cosas bien, de no extralimitarte, de no hacer el loco, de no ponerte histérico por cosas pequeñas, tratas -en definitiva- de ponderar las situaciones y actuar de acuerdo a lo que sea decoroso. Te procupas por tu dignidad también.
Y sin embargo, la ansiedad se te escapa de las manos a veces, te me muestras muy interesado. A mí eso me halaga, y tu odias que me halague porque te sientes menos, te sientes un mendigo. Tú, lo que más temes, es haberte enamorado de mí, y odias que yo no esté en la misma situación. Tú quisieras que yo me volviera loco por ti.
Pero también -tú, que piensas mucho y confuso- crees que si eso ocurriera tal vez no me querrías más, que tal vez perderías el interés en mí.
Y nuevamente tu orgullo. Te ofende el orgullo que no sea así, porque te sientes mejor que yo, superior, más inteligente y más guapo, más maduro, mejor amante, mejor en todo.
Pero, y qué quieres? A todos nos toca alguna vez. Sufrir, digo. Por otra persona. También tú has hecho sufrir a otras y otros. También tú no te enamoraste.
Tú también piensas que te has portado bien, que has hecho las cosas nunca con mala intención, que has actuado correctamente conmigo, que has sido sincero, que -hasta donde el decoro y el orgullo de lo han permitido- me has hecho notar lo que me quieres, que sientes que te mereces más tiempo mio. Y que todas esas cosas buenas tuyas, además de escucharme sin prejuicios ni límites de tiempo, de abrime las puertas de tu casa cada vez que yo quiera, de aceptar mis horarios y necedades, que todo eso tendrá que serte recompensado. Que al final, yo voy a terminar enamorándome de ti. Eso tú lo piensas muy seguramente.
Pero también te preguntas que ocurrirá si eso no pasa. Eso también lo has pensado, porque serás mucho corazón, pero también piensas mucho. Y has decidido que tendrás paciencia (de esa tú tienes mucha), y esperarás que las cosas mejoren hacia donde tú quieres que mejoren, que la relación evolucione a lo que tú crees es una relación normal, o por lo menos lo que tú quieres que sea nuestra relación. Y si eso no ocurre, tú sabes lo que pasará contigo: que la paciencia que, aunque es mucha, se te acabará. Entonces será el fin de mi historia contigo. Para siempre. Que serás capaz de sacarme de tu corazón como si fuera una extirpación y que, después de unas semanas, todo habrá quedado olvidado para tí. Tú sabes que eso lo puedes hacer, porque ya antes lo has hecho. Y que puede ser que no tengas voluntad para nada, pero cuando se trata de olvidar la tuya es una voluntad de piedra.
Esas amenzas tú no me las has dicho, y yo no las imagino porque soy demasiado narciso, y pienso que siempre se me querrá y siempre podré encontrar el amor en cada esquina. Tú sabes que yo pienso así, y me miras con condescendencia por ser tan naive. Esa es la diferencia entre tú y yo: que yo veo muchas posibilidades y tú pocas. Que desconfías del amor y yo me entrego a lo que sea que venga. Que tú temes amar y ser dañado, y que yo creo que en eso consiste precisamente. Que tú piensas mucho y yo me dedico a sentir.
Tú siente que te mereces algo mejor, y sin embargo no tienes la fuerza para buscar otro. Te parece que la búsqueda es un poco inocua, que nada muy diferente puedes hallar, que -piensas- son todos iguales (y te avergüenza creer en ese cliché).
Tú tratas de quererme sin tantos cuestionamientos, tratas que todo sea natural, que todo fluya con normalidad. Tú no quieres hacerme esenas patéticas, y te tragas muchas veces la rabia que te provoca mi descompromiso, mi independencia total. Tú tratas de hacer las cosas bien, de no extralimitarte, de no hacer el loco, de no ponerte histérico por cosas pequeñas, tratas -en definitiva- de ponderar las situaciones y actuar de acuerdo a lo que sea decoroso. Te procupas por tu dignidad también.
Y sin embargo, la ansiedad se te escapa de las manos a veces, te me muestras muy interesado. A mí eso me halaga, y tu odias que me halague porque te sientes menos, te sientes un mendigo. Tú, lo que más temes, es haberte enamorado de mí, y odias que yo no esté en la misma situación. Tú quisieras que yo me volviera loco por ti.
Pero también -tú, que piensas mucho y confuso- crees que si eso ocurriera tal vez no me querrías más, que tal vez perderías el interés en mí.
Y nuevamente tu orgullo. Te ofende el orgullo que no sea así, porque te sientes mejor que yo, superior, más inteligente y más guapo, más maduro, mejor amante, mejor en todo.
Pero, y qué quieres? A todos nos toca alguna vez. Sufrir, digo. Por otra persona. También tú has hecho sufrir a otras y otros. También tú no te enamoraste.
Tú también piensas que te has portado bien, que has hecho las cosas nunca con mala intención, que has actuado correctamente conmigo, que has sido sincero, que -hasta donde el decoro y el orgullo de lo han permitido- me has hecho notar lo que me quieres, que sientes que te mereces más tiempo mio. Y que todas esas cosas buenas tuyas, además de escucharme sin prejuicios ni límites de tiempo, de abrime las puertas de tu casa cada vez que yo quiera, de aceptar mis horarios y necedades, que todo eso tendrá que serte recompensado. Que al final, yo voy a terminar enamorándome de ti. Eso tú lo piensas muy seguramente.
Pero también te preguntas que ocurrirá si eso no pasa. Eso también lo has pensado, porque serás mucho corazón, pero también piensas mucho. Y has decidido que tendrás paciencia (de esa tú tienes mucha), y esperarás que las cosas mejoren hacia donde tú quieres que mejoren, que la relación evolucione a lo que tú crees es una relación normal, o por lo menos lo que tú quieres que sea nuestra relación. Y si eso no ocurre, tú sabes lo que pasará contigo: que la paciencia que, aunque es mucha, se te acabará. Entonces será el fin de mi historia contigo. Para siempre. Que serás capaz de sacarme de tu corazón como si fuera una extirpación y que, después de unas semanas, todo habrá quedado olvidado para tí. Tú sabes que eso lo puedes hacer, porque ya antes lo has hecho. Y que puede ser que no tengas voluntad para nada, pero cuando se trata de olvidar la tuya es una voluntad de piedra.
Esas amenzas tú no me las has dicho, y yo no las imagino porque soy demasiado narciso, y pienso que siempre se me querrá y siempre podré encontrar el amor en cada esquina. Tú sabes que yo pienso así, y me miras con condescendencia por ser tan naive. Esa es la diferencia entre tú y yo: que yo veo muchas posibilidades y tú pocas. Que desconfías del amor y yo me entrego a lo que sea que venga. Que tú temes amar y ser dañado, y que yo creo que en eso consiste precisamente. Que tú piensas mucho y yo me dedico a sentir.
2 Comments:
ohhh! esto me parece conocido. creo que es la maldición eleutherio-ramiro.
mucho ánimo.
bear hug,
ujalee que heaviiiii
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